La lección del caos


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A Manuel Díaz Rodríguez

Al choque de las copas y la algazara de los brindis, habían sucedido las chispeantes narraciones de la bohemia y los cuentos de aventuras.

Tocábale su turno a Raúl, a quien ya conocéis, el más apuesto y afortunado doncel de bulliciosa juventud.

Y con acento que la emoción de los recuerdos hacía halagador y tierno, dio principio a la historia de su primer amor.

Ella, como yo, contaba quince años. Se llamaba Ondina. ¡Qué hermosa era! Tenía dorado de sol en los cabellos, blancura de lirio en la tez, azul de cielo en los ojos, sonrosado de caracol en las mejillas, rojo de sangre en los labios, olor de ámbar en la nuca, florescencia de espuma en el seno, y atrevimientos de voluptuosidad en las formas.

Una tarde su tío, el maestro de escuela, comenzó la clase así: “El caos, señores...” ¡Qué pedante era aquel maestro de escuela!

Pero frente a mí, mirándome mucho y sonriendo dulcemente, estaba Ondina, que aquella tarde tenía más que nunca, azul de cielo en los ojos y rojo de sangre en los labios.

Y contemplándola olvidé la clase, y cuando me interrogaron no supe explicar “la derrota de las tinieblas heridas por la luz”... ¡Qué pedante era aquel maestro de escuela!

Después, al abandonar el plantel, mis compañeros se mofaban de mí que me quedaba solo y en penitencia porque no sabía la lección del caos.

Y en penitencia estuve, y solo, hasta la hora en que Véspero se inclina para besar a su amada melancólica: la Noche.

A esa hora llegó Ondina.

Carlos, ¡tú aquí todavía! ¿No sabes aún la lección?

–Oh sí, ya la sé... Y hundí mi rostro en las espesas ondas de sus cabellos, y besé su nuca hasta embriagarme de olor de ámbar.

La venda había caído de mis ojos, y atropelladas por raudales de luz, de mi cerebro de adolescente huían despavoridas las densas sombras del misterio.

Sin embargo, ¿podéis creer, amigos míos, que yo, que tan esplendorosamente había comprendido en esa noche “la derrota de las tinieblas”, no supe al día siguiente la lección del “caos”?

Y al abandonar el plantel mis compañeros volvieron a mofarse de mí, de mí que me quedaba solo y en penitencia, pero esperando con ansia febril la hora en que Véspero se inclina para besar a su amada melancólica: la Noche.

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Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.

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La lección del caos 5:29 Read by Alba