El abogado de la colonia
Francisco Grandmontagne
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El doctor Blanco Blancheto no compite seguramente con Justiniano, pero puede que haga sombra a Maquiavelo. Es criollo, vivo, osado y simpático; buenos codos para abrirse rumbo en el mundo. Al pasar por su entendimiento el contenido de los códices, la sustancia fundamental de la balumba legisladora, se ha trocado en gramática parda, en ciencia de vivir. De entre las leyes salen más sagaces que justos.
Las causas malas defiéndelas Blanco Blancheto enredándolas, y nunca pierde las buenas... si el juez es justo; en suma: un abogado ni mejor ni peor que otros muchos.
El secreto de su numerosa clientela hay que buscarlo en un talenlo ajeno a la sapiencia legista. Su fortuna es su carácter, su viveza catequizante, un especial don de litigantes. Ha encontrado a mina en las colonias, en la española y en la italiana especialmente, cuyas costumbres, desavenencias y luchas íntimas, conoce admirablemente. En los círculos españoles es Blanco, y en los italianos Blancheto; en aquellos invoca su origen paterno; en éstos el materno Descendiente por un lado de legión de caballeros; por el otro de la bella Italia, «la patria del arte, de los lagos azules, del hermoso cielo, de Leonardo y de Garibaldi, el de la tricota roja.» ¡Las veces que Blancheto habrá dicho esto! y las veces que Blanco habrá asegurado a los españoles que su raza no está muerta «la raza de los fidalgos, de los héroes, de don Quijote, de don Fernando y de Isabel, la que tornó sus joyas en un continente, la raza dueña de las horas totales de sol...» Es algo poeta Blanco Blancheto, aunque poeta ramplón, de los que buscan la novedad en el símil, en el tropo retórico, más que en la idea...
Blanco Blancheto es un confraternizador incansable; la República Argentina celebra por su boca esponsales con todo el mundo; la ha casado muchas veces con Garibaldi y con Riego, con Umberto y con Alfonsito, un novio muy peludo y otro muy pelado.
Conoce a fondo a los ases coloniales, a los que mangonean en sus respectivos círculos. Traba con ellos estrecha relación personal y de familia a familia. Cono ya figura algo en política y mucho en la alta sociedad criolla, en nuestra aristocracia terrateniente, la mujer del doctor bruñe a la del registrero, que se pirra por figurar con sus hijas en la vida social, junto con la doctora y las doctorinas. Al mismo tiempo saca al barraquero de su barraca y al registrero de su registro y les hace que conozcan y casi se hombreen con un político de resonancia, con el doctor Pellegrini, generalmente. Desde aquel día -día feliz- no hay para el barraquero y para el registrero más que un hombre en el país: Pellegrini. «¡Esa es una muñeca, peineta!» «¡Oh, il egregglo dotore!»
Los diarios dan la noticia, a instancia de Blanco Blancheto, que siempre tiene algún amigo periodista. «Ayer conferenció el doctor Pellegrini con dos potentados, un conocido español y un italiano no menos conocido, acerca de...»
Al barraquero y al registrero les parece que vuelven a nacer, un nacimiento a plenitud de viso. El montón anónimo les arroja de sus vaginas al brillo mundial. Ya son alguien, se acabó la vida oscura, la humildad del inmigrante. La propiedad les vinculaba ya mucho a la tierra en que viven. La resonancia acaba de radicarlos. «Es nuestra segunda patria». El doctor Blanco Blancheto pone cuanto puede para que brillen, provocándoles la vanidad, que suele ser mucha en los potentados incultos; les adula en mil formas; las niñas no salen de la vida social, como si tuvieran alquilada esta columna de la prensa, que las va haciendo mis populares que Tartabú. Sus mamás, de origen humildísimo, al darse a los saraos, se ponen en ridículo a cada tres pasos, y ellos, el registrero y el barraquero, como no han ascendido en cultura lo que en fortuna, hacen y dicen cada macana que Dios tirita. Un inmigrante en estado próspero y que ha conversado una vez con Pellegrini, hay que verle con expediente. « Dígale que vaiga a verme de 3 a 5 ». Los hay que meten pavor después de haber tenido contacto con la Muñeca nacional.
Como son ellos los árbitros de todas las quiebras, Blanco Blancheto es el abogado de las mismas, el asesor, informante, etc. Los ases de las colonias le llenan el bufete de pleitos, lo cual, de rechazo, le da prestigio en la política y brillo en la sociedad. Porque vale más quien tenga muchos pleitos que quien sepa muchas leyes. Entre el doctor Obarrio y el doctor Blanco Blancheto, éste tendrá más influencia en nuestro medio social
Métese Blanco Blancheto en todos los conflictos y luchas de la colonia, siempre del lado de los poderosos, en contra del abogado extranjero, que capitanea a los pobres del club. Y cuando las pasiones llegan al rojo, interviene con palabras de concordia y de fraternidad, buscando una solución en la que siempre quedan arriba los suyos y contentos los otros. En estas escenas en las asambleas tormentosas, es cuando saca a colación su abolengo y hace todos aquellos casamientos ya mencionados y que tan entusiastas aplausos le valen. Y es que las confraternidades son casi una necesidad orgánica para italianos y españoles, al revés los ingleses, raza sin sentimientos tiernos que sólo se contenta con títulos de renta americana.
Tiene el doctor Blanco Blancheto furiosos enemigos en los abogados extranjeros, a quienes quita los pleitos de sus connacionales. Estos doctores emigrados, que suelen ser gente de mucho carácter, expatriados por revolucionarios, los italianos por socialistas y los españoles por republicanos, unilaterales y sinalagmáticos, muy sabios, unos y otros, según se afirma en los círculos en que, a la fija se baila todos los sábados, no pueden competir en su profesión con el doctor Blanco Blancheto, porque corre en las colonias un run run, que de seguro es leyenda, dada la honestidad de nuestros jueces, según la cual leyenda siempre se favorece algo al abogado criollo. Como hay quien tiene todo su porvenir en un pleito y con el porvenir no se juega, aquellos que darían sus causas a sus connacionales los doctores socialistas y republicanos, se los llevan también al doctor Blanco Blancheto, con recomendación, además, del padre de la colonia, u séase, que diría una tiple de zarzuela, el cacique del círculo extranjero.
Es digna de envidia la fortuna de Blanco Blancheto en el foro argentino. Los más sabios legistas de su generación no aciertan a dar con la causa de tales triunfos.
—Pero, ¿cómo te las compones para tener Unto trabajo?
—Pues, nada, ché, hermano... con fraternidad arriba y abajo. A la gran flauta ¡todos hermanos! Y los gringos y los gachyegos caen, amigo, al estudio como locos...
Francisco Grandmontagne.
Publicado en “Caras y Caretas” en 1901
(0 hr 12 min)Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.
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