Entre la vida y la historia o el regenerador
Francisco Grandmontagne
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La noticia prudujo inusitado alborozo en la dilatada familia de Gaytán Jaúregui, una familia gue no cabía en el arca de Noé. Al fín se hacía en nuestro mundo político justicia al mérito, al talento, a la probidad y al saber. Para aquella buena familia. que por sí sola podía constituir un partido político, el gobierno entraba en vía derecha nombando ministro a Carlitos Gaytán, el primogénito, honra de ia casa, flor de la juventud, esperanza de la patria y quizá ejemplar de lujo en la basta condción humana.
Fuera bromas, el muchacho valía; serio, estudioso, honorable por cultura de corazón, que es de donde arranca la cultura superior. Veía en el concusionario un ser inferior, de ramplones ideales, un carácter deformado, la vulgaridad burguesa con instintos de bandolerismo gubernamental. En la altiva honra lez de Carlitos Gaytán había mucho de alto orgullo, de aristocracia espiritual.
Los detentadores del tesoro público han crecido entre nosotros hasta llegar a multitud, y a Carlitos le repugnaba ser número de legión, molécula de vulgo.
El día del nombramiento hubo irrupción de parientes en casa de don Cosme, padre del nuevo ministro. Las hermanas de éste, cuatro perennes ornamentos de nuestro mundo social por las cuales tenían que acelerar sus digestiones los gusanos de seda; los maridos de tan excelentes señoras, galgos de la liebre pública; los primos del ministro, las mujeres de los primos, los parientes lejanos que al punto se fueron acercando; los amigos íntimos y otros que pasaron a serlo desde aquella hora... total: doscientas personas. Don Cosme, uno de nuestros más redondos terratenientes, estaba en el apogeo de su dicha; a las feliciíaclones de sus yernos respondía con un abrazo mudo, conmovedor. Cuando la felicitación partía de una persona extraña, apretaba su mano y bajala los ojos, como artista pudoroso a quien se envuelve en la lisonja. iQué obra! Un hijo triunfador es la creación superior del hombre, una obra de arte vivo, porque el triunfo social es indicio de inteligencla fuerte, de osadía vital, de energías en combinación perfecta. Para don Cosme era una acertada sacar un hijo ministro.
A la madre, a la excelente misia Carlota, se le renovaban las ternuras de cuando surgió palpitante de entres sus entrañas. Era el primero, el dulce fruto del plenilunio, el brote de su lejana primavera. El recuerdo de aquella hora flotaba sobre todas sus memorias, como remembranza capital, con dulce tiranía permanente sobre todo lo vivido. A la buena señora le parecía mentira; veía a su hijo, al ministro, en la cuna de blancos mimbres quietito en su nido de blondas, con respiración apenas perceptible, como vaho tenue arrancado por el primer rayo de sol al rocío den los cálices de una rosa: los ojillos abiertos, húmedos, transparentes, sin interés en aquella embobada mirada que venía del limbo de su espíritu, no endurecida aún en la contemplación del terrible contenido del mundo; la roja boca abierta y muda, sin pensar el pobrecito que por aquél órgano de comer y hablar, las dos funciones capitales de la vida, le vendría la celebridad y el ministerio. Era monísimo, según aseguraba misia Carlota, que no lograba sacarle de su espíritu materno sino en forma de niño perpetuo.
Inició el doctor Gaytán su ministerio con dura mano de gobernante austero. El inicio de la posteridad traía preocupado a su espíritu; quería dejar buena bueila de su vida, ser excepción en su época, bruñir el lastre de los Gaytanes fuiuros. El ideal de la posteridad es la ilusión de la no muerte dentro de la muerte, el rechazo de la nada definitiva, la anhelada ligazón a la vida de los siglos venideros. El hombre se resiste a borrarse.
Orden, justicia, fiscalización aboluta, tal era la conducta del doctor Gayián. El medio protestó contra el Justo. El ser Justo es la negacilón del ser humano, por lo cual es inhumano ser justo a pesar de todos los códigos de moral. La vida es incodificable porque es más variada que la imaginación codificadora. Los hombres protestaron contra el ministro justo, como en el principio de la vida moral protestaron contra el ministro de Dios, que aún era más justo que el nuevo misnistro. La cruz para los justos; la vida para los injustos Porque siempre fué así, así será siempre, y no de otro modo.
Débiles manos minaron la nueva columna del gobierno. No se puede ser buen ministro largo tiempo teniendo cuatro hermanas con grandes necesidades de brillo, cuatro cuñados ambiciosos, quince primos inútiles y pobres, con el agonioso pico en dirección al pressupuesto, y numerosos amigos de los que ayudan a subir para cobrarse el influjo en privanzas.
Un día entró Carmen, el lucero menor de los Gaytanes, en el despacho privado de su hermano el ministro. Abrazó a la gloria de la casa y le sopló al oído que el hermano de su marido, todo un buen mozo, friso vivo de la ópera, quería casarse y no tenía plata. «Ayúdale, Carlitos, ¡no seas malo! Tiene un negocio muy bueno para el gobierno, y es necesario que vos... no pongas esa cara de Fisco.. tenés que ayudarlo, si, sí, ¿eh? no digas que no.» ¿Quién se niega al pedido de una hermana menor resumen de todas las gracias? Otro día fue la hermana mayor. Su marido había caído en desgracia. ¡Concedido!. dijo el ministro. Ante todo, que no se caigan los de la casa. La madre pidió por unas niñas huérfanas hijas de su mejor amiga. Había que elevar a la prosperidad al hermano de las niñas, para que éstas lucieran. «Es un dolor, mijo, tan lindas y encerradas siempre en casa». El ministro las sacó de casa, procurando sobre el estado un pingÚe negocio al hermano que era un lince. El padre del ministro: «es necesario, Carlitos, que el nuevo ferrocarril pase por la estancia». Y el mlnlstro hizo torcer la línea, cargando sobre la Hacienda los kilómetros desviados de la trayectoria derecha. Clementina, la secunda bermana, mujer de un abogado famoso, le pidió su influenrla para un pleito con cuyos bonorarlos le había prometido su esposo levantar un chalet en Mar del Plata; «te haremos allí un departamenlo en que descansarás de tus tareas cuando seas presidente de la República». Y el ministro insinuó al juez. .. «no, no, ante todo. Justicia señor juez, pero...» El «pero» era un pedido inconfeso de sentencia favorable. Otra hermana, muy femenina, casuda con un militar heróico, que a ella le hacía la impresión de acostarse con la escuadra, le pidió aumento de grado para la fiera. Hubo ascenso, relegando a otro más meritorio que no tenía mujer hermana de ministro. La cuarta hermana, casada con un abastecedor, cuyo palacio tenía los cimientos de pan de munlción, pidió al ministro influyera en la renovación de los contratos, tortura de los soldados, de los que hacen el plato-patria, donde se nutre el granujismo ilustrado del mundo, los que sobrenadan en el mar de la masa náufraga, erigidos en guías de ahogados...
Todo fue logrado por aquellas excelentes damas. Si tanto consigue la mujer sin derechos políticos ¿qué será cuando los tenga? Quiera Dios que venga pronto el feminismo, para que aumente en confusión el interés de la vida; ponque el mundo es aún demasiado claro a pesar del empeño que en oscurecerle ponen la metafísica, la teoiogía y la moral escrita, en pugna siempre con lo inmoral viviente. La vida es algo profundamente inmoral, ha dicho no sé qué genio de última hora. Nada. nada, nos hace falta el feminismo, la influencia directa de la mujer en los destinos comunes. Peor que nosotros, los hombres, no lo harán ellas; peor que nosotros, no lo harían ni las fieras.
La mujer, aparte sus años de castldad que convierte en recurso de seducción, ei más inmoral que el hombre, tiene menos continencia en sus pasiones, es más presuntuosa menos prudente, desenfrenada como los niños y los pájaros, egoísta como ellos. Indiferente a todo lo que no sea ella misma, enemiga de la verdad en cuerpo y alma, torpe de inteligencia y fina de instinto, rebelde a la gravedad y a la sabidurÍa. al paso lento y al pensar equitativo. No habla un misógino sino uno a quien, por el contrario, le gustan mucho las mujeres, y más cuanto más femeninas, cuantos mayores defectos de los señalados tengan. Los poetas somos (perdón) muy aficioiados a todo lo complicado y de ahí nuestra preferencia por la flauta y por la mujer de muchas teclas.
El doctor Gaytan cayó del ministerio por nepotlsta. La prensa vocinglera, el grito del cuarto poder, que más era alarido de hambriento que indignaicón moral, le puso que solo con pinzas se podía tocar. Y el hombre se retiró a su casa. en la cual no entró aquel día una sola visita, ni halló más brazos amantes que los de misia Carlota, la cual seguía viendo al niño en el hondo de su espíritu maternal, y amándole más que antes, dignificado a sus ojos por los odios ajenos. «No hagas caso, mijo, de la chusma...»
***
Carlos Gaytán discurre ahora en la soledad de su ostracismo, sobre las causas que decidieron su caída. Entre su ilusión por una ilustre posteridad y las tiranías de la vida presente, la ilusión cedió, como elemento más frágil.. Con frecuencia tiende miradas irónicas sobre toda su familia viendo en todos sus miembros los sepultureros de su inmortalidad. Alguna vez hojea a Julio Simón, parándose largo rato en este concepto del moralista francés: «Las virtudes cívicas, si no tienen origen y confirmación en las privadas y domésticas, no son más que virtudes teatrales».
Pero cierra luego el libro, diciendo sin ruido de palabras: «La vida es representación. teatro, y si no fuera eso, no sería nada. La pura realidad moral... vaya, vaya... el coche, ¡a Palermo...!»
Francisco Grandmontagne.
Publicado en “Caras y Caretas” en 1901
(0 hr 17 min)Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.
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