Historia de un marido asesinado


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El señor de la Courtinière, gentilhombre bretón, pasaba la mayor parte del tiempo cazando en sus bosques y visitando a sus amigos. Recibió un día en su castillo a varios señores, vecinos y parientes, y les trató muy bien durante tres o cuatro días. Cuando esta compañía se hubo retirado, se produjo entre el señor de la Courtinière y su mujer una pequeña disputa porque a él le parecía que ella no había puesto muy buena cara a sus amigos. Sin embargo, la amonestó con palabras amables y sinceras que no deberían haberla irritado; pero esta dama, de humor altivo, no respondió nada y resolvió interiormente vengarse.

El señor de la Courtinière se acostó esa noche dos horas antes de lo acostumbrado, pues estaba muy cansado. Se durmió profundamente. Cuando llegó la hora en que la señora solía acostarse, ésta observó que su marido estaba sumido en un sueño muy profundo. Pensó que el momento era favorable para la venganza que meditaba, tanto por la disputa que acababan de tener como, tal vez, por alguna otra antigua hostilidad. Puso pues todo su empeño en seducir a un doméstico de la casa y a una sirviente, a sabiendas de que ambos eran fáciles de corromper por medio de buenas recompensas.

Después de haber obtenido de ellos, valiéndose de promesas y horribles juramentos, la seguridad de que no declararían nada, les anunció sus culpables intenciones; y para obtener su rápido consentimiento, dio a cada uno la suma de seiscientos francos, que ellos aceptaron. Hecho esto, entraron los tres —la dama en primer lugar— en la habitación donde estaba acostado el marido; y, como todo dormía en la casa, degollaron a la víctima sin ser oídos. Llevaron el cuerpo a uno de los sótanos del castillo, cavaron una fosa y le enterraron en ella; y para evitar que se pudieran obtener indicios de la tierra recientemente removida, colocaron sobre la fosa un tonel lleno de carne de cerdo salada. Tras lo cual, cada uno se fue a acostar.

Al día siguiente, el resto de los domésticos, al no ver a su dueño, se preguntaban unos a otros si estaba enfermo. La dama les dijo que uno de sus amigos había venido a buscarle la noche anterior y se lo había llevado precipitadamente para ir a separar a unos hidalgos que estaban a punto de batirse en duelo. Este subterfugio funcionó durante algún tiempo; pero al cabo de quince días, como el señor de la Courtinière no aparecía, empezaron a inquietarse. Su viuda difundió el rumor de que le habían notificado que su marido se había encontrado con unos ladrones cuando atravesaba un bosque, y que le habían asesinado. Entonces se vistió de luto, expresó fingidas lamentaciones y mandó que se hicieran servicios y oraciones para el descanso del alma del difunto en las parroquias de las que había sido señor.

Todos los parientes y vecinos vinieron a consolarla, y simuló tan bien el dolor, que nadie habría descubierto nunca el crimen si el cielo no hubiera permitido que fuera desvelado.

El difunto tenía un hermano que venía de vez en cuando a ver a su cuñada, tanto para distraerla de sus pretendidas penas como para velar por los asuntos e intereses de los cuatro hijos menores del difunto. Un día que se paseaba, sobre las cuatro o las cinco de la tarde, por el jardín del castillo, mientras contemplaba un arriate adornado con bellos tulipanes y otras flores raras que gustaban tanto a su hermano, tuvo de repente una hemorragia nasal, lo que le alarmó bastante, pues nunca le había ocurrido antes. En ese momento, pensó con intensidad en su hermano; le pareció que veía la sombra del señor de la Courtinière que le hacía señales con la mano, como si le llamara. No se asustó; siguió al espectro hasta el sótano de la casa y le vio desaparecer justamente en la fosa donde había sido enterrado. Este prodigio despertó en él algunas sospechas sobre el crimen cometido. Para asegurarse de ello, fue a contar lo que acababa de ver a su cuñada. La dama palideció, se le mudó el rostro y balbuceó palabras inconexas. Las sospechas del hermano se acrecentaron ante tal turbación y pidió que se cavara en el lugar donde había visto desaparecer al fantasma. La viuda, a quien esta súbita resolución llenó de espanto, hizo un esfuerzo por controlarse, adoptó una actitud firme, se burló de la aparición y trató de mitigar las inquietudes de su cuñado. Le expresó que si pretendía haber tenido una visión semejante, todos se burlarían de él y sería el hazmerreír de todo el mundo.

Pero todos estos discursos no pudieron desviarle de su propósito. Mandó cavar en el sótano, en presencia de testigos, y descubrieron el cadáver de su hermano, medio corrupto. Levantaron el cuerpo y el juez de Quimper-Corentin lo reconoció. La viuda fue arrestada, junto con los domésticos, y los tres culpables fueron condenados a la hoguera. Todos los bienes de la dama fueron confiscados para ser empleados en obras piadosas.


Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.

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