El aniversario


Read by Alba

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Saltó de la cama, medio desnuda; la camisa desprendida de los hombros, el pelo suelto sobre la espalda, y escondiendo sus piececillos en unos zapatitos turcos, se encaminó a las habitaciones de su esposo.

Era el amanecer. Por los cristales de los balcones se filtraba la blanca claridad del día, y allá por el Oriente, velado por las nubes, aparecía majestuoso el sol, dorando el espacio con sus reflejos.

Juana levantó temblando el portier de la alcoba y hundió sus miradas en las sombras del cuarto.

Al pronto no vió nada; luego, sus ojos fueron acostumbrándose a la obscuridad.

¡La cama de su marido estaba vacía!

No gritó, no lloró siquiera; con movimiento maquinal se llevó las manos al pecho, inclinó la cabeza y tartamudeó una queja.

—¡Dios mío!... ¡Dios mío!...

No se sentía desesperada, no, sino entristecida, con ganas de llorar mucho.

De pronto, levantó la cabeza y miró airada al lecho vacío, apretando los puños; después se encogió de hombros despreciativamente e hizo una mueca forzada de desdén.

—¡Bah!

Una cólera rabiosa, de mujer despechada, iba poco a poco invadiendo su corazón y su cerebro.

—No... el miserable no tiene disculpa... Me ha engañado de un modo villano, inicuo... Porque, ¿qué motivos le di yo nunca?... ¡Ninguno! Le he querido—¡ay! creo que continúo queriéndole—con cariño de esposa y amante... He cumplido lealmente, con riguroso celo, mis deberes de mujer casada... He satisfecho todos sus deseos.. Me he llevado la copa a los labios, y cuando él me ha dicho «No bebas más», he dejado de beber... He anulado mi voluntad, he efectuado el prodigio de que mi cerebro pensara con el suyo y mi corazón sintiera con su corazón... Y todo esto lo he hecho naturalmente, sin darle importancia, porque consideraba que así debía hacerlo, que ese era mi deber... En una palabra, que he cumplido, como buena, mis obligaciones, y tengo el derecho de que mi marido, a su vez, cumpla las suyas. ¿No lo hace así? ¿Olvida sus compromisos y rompe el lazo que en hora de amor nos echamos al cuello como símbolo de unión entre nuestras almas y nuestros cuerpos? ¡Pues sea! ¡Ya está roto! Ya somos los dos libres y cada uno puede marchar por el camino que se le antoje. Pero ¡cuidado! que una mujer desdeñada es siempre peligrosa, y la venganza es muy dulce, y el abismo atrae.

De repente se abalanzó asustada a la puerta creyendo oir rumor de pasos. Sí... alguien se acercaba. ¡Su marido! Sintió que le faltaban las fuerzas y se apoyó en un mueble.

Pasó un segundo, largo como una eternidad. Allá, en la calle, se oía el alegre vocerío de los vendedores, la loca animación de la ciudad que despertaba, que volvía a la vida activa...

Maquinalmente levantó Juana la cabeza, y fijó sus ojos asustados en la fecha que marcaba el almanaque.

Dió un grito.

—¡Hoy hace tres años que me uní a ese hombre!

En aquel momento se abrió la puerta y apareció el marido de Juana, muy turbado, sonriendo, sin embargo, para ocultar su embarazo.

—¿Qué haces aquí?

Juana no contestó. Quería hablar, sí, pero no podía: se ahogaba. Miró fijamente a su marido, y cogiéndolo de un brazo, le señaló con la mano el almanaque. Después, vencida por la emoción, se echó en brazos del infiel, que en vano buscaba una frase con qué justificarse, y mimosamente, pegando su boca a la oreja de él, murmuró, más bien que dijo, esta sola palabra.

—¡Ingrato!


Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.

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