El beso
Gelesen von Alba
Fabio Fiallo
A Ismael de Arciniegas
Un día el viejo monarca de los gnomos me dijo:
–Pagado estás, oh poeta, del carmín que bulle en los labios de tu amada; mas, si quieres aceptar mi apuesta, convencido quedarás que un rubí de mi corona humilla el rojo de ese carmín.
–¿Y qué apostarías, señor?
–Mi espada de combate que ostenta por empuñadura un solo diamante extraído de mis dominios de Golconda, mi lecho de amores, tallado en una esmeralda, y mi carro de topacio que en irradiaciones vence al sol.
–¿Cuál de mis tesoros te dignarás escoger, ¡oh! poderoso monarca, en cambio del valor de tu apuesta?
¿Quieres el velo impalpable de mi Musa, o el ritmo arrullador de mis estrofas que hace palpitar de amores el corazón de las vírgenes, o la copa de oro en que los Sueños imposibles me escancian su bebida inmortal que ahuyenta la tristeza?
–No, poeta, guarda esas miserias indignas de mi cetro y mi corona. Yo tengo por velo el manto de la noche cuajado de pedrerías, por estrofas el ritmo atronador de los torrentes despeñados, y son los volcanes la copa donde bebo el licor de llama que enciende mi sangre y ahuyenta las tristezas.
Quiero...
–Habla. Cualquiera que sea el tesoro que me exijas queda aceptado.
–Pues... tu amada misma.
–Mucho pides y no alcanzarían las riquezas todas de tus arcas subterráneas para compensar el más leve átomo del tesoro que pretendes, pero la apuesta hecha está.
¡Ay, era muy hermoso aquel rubí arrancado a las entrañas de la tierra, y razón tenía el viejo monarca de los Gnomos para mostrarse tan orgulloso del ardiente fulgor que irradiaban las mil facetas de la sangrienta piedra!
¿Fue la timidez, fue la ansiedad de la apuesta? No lo sé. Lo cierto es que mi amada aquel día estaba temblorosa y pálida como nunca. Su boca ya no era la encendida flor del granado, sino un marchito pétalo de magnolia. Perdida estaba para siempre, y en vano se debatía llorosa y suplicante. El viejo Gnomo la reclamaba con acento que su repugnante pasión hacia más odioso.
Trémulo de dolor y de impotencia me arrojé en sus brazos y en un beso de angustia indecible puse todo mi amor. El viejo Gnomo lanzó un grito horrible, y lleno de rabio huyó a su caverna para devorar a solas la cólera de su humillación.
Mi beso habíale arrebatado el triunfo incendiando con su fuego los labios de la amada, que aparecieron más que nunca rojos y lucientes.
(0 hr 5 min)Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.