Versos de Bécquer
Gelesen von Alba
Miguel Sawa
La encontré al cabo de algunos años en no recuerdo qué fiesta.
Nos saludamos con mucho afecto.
—¡Ah, eres tú!—y sonriéndose, con tono alegre:
—¡Pero cuánto tiempo sin vernos!
—Sí... mucho tiempo.
No sabía qué contestarle. Aquella mujer era mi pasada juventud que se levantaba a hablarme.
Ella permanecía tranquila y serena, sin emoción y sin rubor, mirándome audazmente a los ojos.
No, no le salían a la cara aquellos besos que yo le había dado durante el tiempo de nuestros amores. ¡Dios mío, lo que yo había querido a aquella mujer! ¡Una locura! Suponéos que le había hecho entrega de mi corazón, y ella lo había estrujado entre sus manos, hasta dejarlo seco y sin jugo.
Sentía tal adoración por ella que la coloqué en un altar, haciéndole ofrenda de mi juventud y mi vida.
Y de pronto el ídolo huyó del templo, abandonó el ara y se fue a corretear por el empedrado de la calle. ¡La Purísima transformada en bacante!
Y he aquí que pasados algunos años la volvía a encontrar, la volvía a tener al alcance de mis brazos.
No, ya no era posible que hubiese nada entre los dos. El pasado nos separaba. Pero aquella mujer debiera haberme recibido con lágrimas en los ojos y palabras de arrepentimiento en los labios.
—Ya sé que me encontrarás muy cambiada. He sufrido mucho... Ahora comienzo a gozar de una relativa tranquilidad. Tu recuerdo me ha seguido a todas partes, me ha acompañado siempre... ¡Ay, he pecado muchas veces con el pensamiento! Hallándome entre los brazos de mi marido, he cerrado los ojos para pensar en tí... ¡Soy una infame! Pero tengo el firme propósito de permanecer honrada. Huye de mí... No podemos ni siquiera ser amigos, porque entonces volvería a resucitar nuestro antiguo amor... Mira, no me ha sido posible dejarte ir sin que hablásemos... Pero te ruego que te vayas. Comprende mi situación... Démonos un último adiós y olvidémonos... ¡Te digo que estoy decidida a ser honrada!
No tuve tiempo de contestarle. En aquel momento vino a interrumpirnos un joven que a primera vista me pareció simpático.
—Tengo el gusto de presensarte a mi marido.
La orquesta comenzó a preludiar un vals de Metra. Me oculté en un ricón de la sala y la vi bailar en compañía de su esposo. Debía estar muy contenta porque no cesaba de reir.
Abandoné la tiesta lleno de tristeza, y recitando en voz alta, como un loco, aquellos sentidísimos versos de Bécquer:
«Alguna vez la encuentro por el mundo
y pasa junto a mí,
y pasa sonriéndose, y yo digo:
—¿Cómo puede reir?
Luego asoma a mi labio otra sonrisa,
máscara del dolor,
y entonces pienso: ¡Acaso ella se ría
como me río yo!»
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.