Las víctimas del trabajo
Gelesen von Alba
Miguel Sawa
—¡Pepe!
La voz venía de la calle y era una voz fresca y alegre como una carcajada.
—¡Demontre, la Luisa!—gritó el albañil poniéndose de pie en el andamio y asomando todo el cuerpo a la calle.
La mujer alzó aún más la voz, temiendo no ser oída.
— ¿Oyes? Voy a casa de mi madre. Allí te espero... Que no tardes.
El albañil mientras tanto miraba embobado a su mujercita, y se le pasaban los grandes deseos de bajar de un salto a la calle para estrecharla contra su corazón.
—Sabes que así, vista de lejos, pareces muy hermosa.
Ella se echó a reir alegremente, muy satisfecha con la galantería de su marido.
—¡Tonto, mejor estoy de cerca! Pero, limpíate! Estás muy alto para verme.
Él, entonces, maquinalmente, se echó casi fuera del andamio para contemplarla más a su sabor.
—¡Ten cuidado!—gritó ella asustada.— ¡Agárrate bien a la cuerda!
Pero la recomendación llegó tarde. El pobre hombre había puesto un pie en falso y caía a la calle de cabeza, agitando desesperadamente las manos, como buscando algo de que asirse.
El cuerpo, al caer sobre el empedrado, produjo un ruido indescriptible de huesos rotos...
Sonó un grito, un grito semejante a un alarido, y la mujer—aquella mujer de voz fresca y alegre como una carcajada—se lanzó sobre el ensangrentado cuerpo del albañil llorando como una loca...
***
Después vino el Juzgado y el médico de la Casa de Socorro, y hasta un par de parejas de agentes del órden público, y mucha, muchísima gente...
El médico no se dignó siquiera examinar a la víctima. Se limitó a pasarle las manos por el pecho buscándole el corazón, e hizo una mueca de disgusto.
—Está muerto y bien muerto.
Entonces el Juez abandonó el lugar de la ocurrencia, seguido del Escribano y del alguacil, y dispuso la traslación del cadáver al Depósito.
Poco a poco fue disolviéndose el grupo de curiosos. Caía la tarde. Los guardias de órden público, mientras velaban el cuerpo de la víctima, discutían a gritos no sabemos qué problemas políticos de actualidad; y la mujer del pobre albañil seguía arrodillada en el suelo, llorando y maldiciendo, frenética de dolor...
* * *
Y al día siguiente publicaban los periódicos la consabida noticia:
«Ayer se cayó del andamio en que estaba trabajando el obrero Fulano de Tal.
Su cadáver fue trasladado al Depósito.»
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.