El misal rojo
Gelesen von Alba
Leopoldo Lugones
En la cúspide del inmenso Árbol de la Vida floreciste. ¡Salve, por heroica, celebrada por las heridas que besan amorosamente la carne, y por los puñales de alma metálica!
Tu color baña los corazones fuertes como una insigne nobleza. El amor heroico nació de tu calor como la santa Ira y el pudor felino. Los pechos palpitan bajo la caricia de tus flujos. Las bocas florecen bajo tu riego como limitados jardines. El heroísmo recibió la unción de tu púrpura, consagrando con tu esplendor la magnificencia de las armas!
Revistieron tu color el Sol y los emperadores, las rosas y las llagas, los rubíes y las antorchas, los corales y las nubes. — ¡Las nubes! ¡enormes banderas sobre la ruina de tinieblas de la Aurora!
Tu escarlata lleva disuelto el hierro en las venas del procer y triunfa con ímpetu vital en las alas del pájaro. En el seno de las vírgenes eres pimpollo y en el corazón de las águilas hoguera. Con tu heroico sabor apagan su sed los leones, los sables y los holocaustos.
A los que sufrieron la noble muerte de la espada revistes de una real mortaja de púrpura. Los sudarios de los mártires santificados por tu mancha bermeja, son estandartes.
Manas de los cálices que consagró la esotérica virtud verbal de las fórmulas; de las cuchillas que labran en los cadalsos la carne mala; de las espinas que embraveció el oprobio sobre las frentes que culminaron más allá de la noche; de los cilicios con que el cenobita flagela su flanco, donde está pegado el pertinaz alacrán de oro de la lujuria; de los apogeos siniestros reinando sobre frentes "de verdugos: de mi corazón, extraño planeta desorbitado!
¡Oh sangre, hermana de las lágrimas! Llorar es desangrarse.
Yo he visto sobre un campo severo, un caballo de largas crines, que suspiraba al viento una agonía, tendido sobre una mancha de sangre.
Y un halcón negro, que con las alas rotas por una flecha, se embriagaba para morir ebrio con la propia sangre de sus alas;
Y un misionero crucificado que parecía ir vistiéndose de lirios a medida que de su cuerpo iba cayendo una larga lluvia de rosas.
Y he comprendido que era preciso prodigarte para las empresas de salvación; para abrevar en tu onda los hierros manchados de óxido como las lenguas de mentira; para teñir el trapo de la bandera vengadora compuesto con los arambeles de diez mil camisas santificadas; para desatar las fiebres latentes en la nube; para evocar las apariciones de los cometas, cuyo ojo ve desde los límites de los universos; para conmover ese silencio más espantable que una bandera sobre las ruinas; para dar bautismo a los fieros regimientos subterráneos, cuyo paso se siente por las cavernas como un trote de horda cercana, cuya bandera es probable que sea la misma noche.
¡Oh, bendita flor roja, más hermosa que el martirio; más querida que las cartas amarillentas de una muerta adorada en una juventud lejana que no supo reproducirse; más temida que el veneno de todas las serpientes, por las cobardías sagaces ocultas bajo la sonoridad de las cotas; tú revelas la vida en las entrañas maternales, la fuerza en los músculos, el castigo en los cadalsos, la gloria conseguida en los triunfos, la guerra en los estandartes, la prosapia real en las flores!
El Pueblo levanta tu color en sus brazos, destructores de montes, como el viento levanta nubes del mar; tu matiz, que en el éxtasis de oro de los crepúsculos, culmina sobre la gloria heptacorde del arco iris, bandera del Sol.
Buenos Aires, Junio de 1898.
Publicado en "Almanaque sud-americano" 1899
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.