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Perfidia y perdón

Gelesen von Alba

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 En una ciudad había un hombre rico, que perdió a su esposa dejándole una hija llamada Blanca, la cual iba todos los días a llorar sobre el sepulcro de su buena madre. Vino la primavera, y el padre de la huerfanita se casó de nuevo.

La nueva esposa tenía dos niñas de corazón muy cruel.

— No queremos que estés sentada a nuestro lado — dijeron a la pobre huérfana; — vete a la cocina.

Le pusieron un vestido viejo y le dieron lo unos zapatos rotos.

— ¡Qué sucia está la orgullosa princesa! — decían riéndose.

Blanca tenía que trabajar hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender lumbre, coser y lavar; sus dos hermanas le hacían, además, todo el daño posible.

Su padre fue en una ocasión a una feria, y preguntó a sus hijas qué querían que les trajese.

— Yo quiero un bonito vestido.

— Y yo una buena sortija.

— Y tú, Blanca, ¿qué quieres?

— Yo, padre mío, la primera rama que halle usted en el camino.

Compró a sus hijastras ricos vestidos y sortijas, y, al pasar por un bosque, cortó una rama de zarza. Cuando volvió a su casa, dio a sus hijastras lo que le habían pedido, y la rama a la huerfanita, que puso en el sepulcro de su madre, y, regada con lágrimas, no tardó la rama en convertirse en un hermoso arbusto. A la tumba iba un pajarillo; y cuando la niña sentía algún deseo, en el acto le concedía el pajarillo lo que pedía.

Celebró el rey de aquel país unas fiestas, e invitó a todas las jóvenes, a fin de que su hijo mayor eligiera esposa. Las dos hermanastras llamaron a Blanca y le dijeron:

 —Péinanos y límpianos los zapatos, pues vamos al palacio del rey.

La huerfanita suplicó a su madrastra que la dejase ir.

— Calla — le dijo. — ¿Estás llena de harapos y quieres ir a la fiesta?

Pero como insistiese en sus súplicas, le dijo por último:

— Se ha caído un plato de lentejas en la ceniza; si las recoges antes de dos horas, te llevaré.

La joven salió al jardín por la puerta falsa y dijo:

— Tiernas palomas, tórtolas tristes, pájaros del cielo, venid todos y ayudadme a recoger.

Al momento entraron por la ventana todos los pájaros del cielo, y con sus piquitos, diciendo pi, pi, pusieron todos los granos en el plato. Blanca, llena de alegría, llevó el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la fiesta; mas ésta le volvió la espalda, y se marchó con sus vanidosas hijas.

En cuanto quedó sola en casa, fue Blanca al sepulcro de su madre, y debajo del árbol, llorando, comenzó a decir:

Arbolito querido,
préstame un traje
que sea de oro y plata,
y con mucho encaje.

El pajarito le dio un vestido de oro y plata y unos zapatitos bordados con plata y seda; en seguida se puso el vestido y se marchó al baile; sus hermanas y madrastra no la conocieron, creyendo que sería alguna princesa extranjera, pues les pareció muy hermosa con su vestido de oro; ni aun se acordaban de la pobre Blanca, creyendo que estaría mondando lentejas en el hogar. Salió al encuentro el hijo del rey, la tomó de la mano y bailó con ella, no permitiéndola bailar con nadie, pues no la soltó de la mano; y si se acercaba algún otro, le decía:

— No puede ser: es mi pareja.

Bailó con el príncipe hasta el amanecer, y entonces quiso marchar; pero el hijo del rey le dijo:

— Iré contigo y te acompañaré.

Deseaba saber quién era aquella joven; pero ésta se despidió y se marchó.

Blanca fue al sepulcro de su madre, donde se quitó los hermosos vestidos, que se llevó el pájaro, y después se fue a sentar a la cocina.

Al día siguiente, cuando llegó la hora en que iba a principiar la fiesta, y se marcharon sus padres y hermanas, corrió Blanca junto al árbol, y dijo:

Arbolito querido,
préstame un traje
que sea de oro y plata,
y con mucho encaje.

Dióle también el pájaro un vestido mucho más hermoso que el del día anterior, y, cuando se presentó con aquel traje, dejó a todos admirados de su extremada belleza; el príncipe, que la estaba aguardando, tomóla de la mano y bailó toda la noche con ella.

Al amanecer manifestó deseos de marcharse; pero el hijo del rey la siguió para ver la casa en que entraba; mas de pronto se metió en el jardín y se ocultó detrás de un hermoso árbol; el príncipe no pudo saber por dónde se había ido; pero ella fue corriendo al sepulcro de su querida madre.

Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y sus hermanas, fue de nuevo al sepulcro de su madre, y dijo al árbol:

Arbolito querido,
préstame un traje
que sea de oro y plata,
y con mucho encaje.

El pájaro le trajo un vestido que era más magnífico que ninguno de los anteriores; y cuando se presentó con aquel vestido, nadie tenía palabras para expresar su asombro.

Al amanecer se empeñó el príncipe en acompañarla; mas se escapó con tal ligereza, que no pudo seguirla. El hijo del rey había mandado untar con pez toda la escalera, y se quedó pegado en ella el zapato izquierdo de la joven; levantóle el príncipe, y vio que era muy pequeño y muy bonito.

Al día siguiente fue a ver al padre de Blanca.

— He decidido hacer mi esposa a la que venga bien este zapato — le dijo.

Alegráronse mucho las dos hermanas; la mayor entró con el zapato para probárselo, pero no se lo pudo poner, por más esfuerzos que hizo.

— Córtate los dedos — le dijo su madre; — pues cuando seas reina, no irás nunca a pie.

La joven se cortó los dedos, metió el zapato en el pie, ocultó su dolor y salió a buscar al hijo del rey, que la subió en su caballo, como si fuera su novia, y se marchó a palacio con ella.

 Al llegar al arbolito del sepulcro había dos palomas, que comenzaron a decir:

No sigas, príncipe amante,
detente por un instante,
que el zapato que ésa tiene
para su pie no conviene.

Se detuvo, la miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo, condujo a su casa la novia fingida, y dijo que no era la que había pedido; que se probase el zapato la otra hermana. Entró ésta en su cuarto, y le estaba bien por delante, pero el talón era demasiado grueso.

— Córtate un pedazo de talón—le dijo su madre; — pues cuando seas reina no irás nunca a pie.

La joven se cortó el pedazo de talón, metió un pie en el zapato y, ocultando el dolor, salió a ver al hijo del rey, que la subió en su caballo y se marchó con ella; pero, al pasar delante del árbol donde estaban las palomas, éstas comenzaron a decir:

No sigas, príncipe amante,
detente por un instante,
que el zapato que ésa tiene
para su pie no conviene.

Se detuvo, la miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo y la condujo a su casa.

— No es esta la que busco — dijo incomodado. — ¿Tenéis otra hija?

— De mi primera mujer tuve una pobre chica, a quien llamamos Blanca; pero ésta no puede ser la novia.

Se empeñó el príncipe en que saliera, y hubo que llamar a la huerfanita. Se lavó primero la cara y las manos, y salió después a presencia del príncipe, que la alargó el zapato de oro; se sentó y se puso el zapato. Cuando la vio el príncipe, reconoció a la lo doncella que había bailado con él y dijo:

— Ésta es la escogida de mi corazón.

La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira y de envidia; pero él subió a la huerfanita en su caballo y se marchó con ella, y le dijeron las dos palomas blancas:

Sigue, príncipe, adelante,
sin parar un solo instante;
ya encontraste el piececito
al que viene el zapatito.

Al poco tiempo se efectuó la boda, y Blanca fue el sostén de su madrastra y hermanas, a pesar de que con tal perfidia se portaron con ella. No se olvidó tampoco, en su prosperidad, de visitar diariamente el sepulcro de su buena madre, así como de los pobrecitos, a quienes distribuía abundantes socorros. (0 hr 13 min)

Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.

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Perfidia y perdón

13:57

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